Este es tiempo virtuoso y hay que fundirse en el

El pasado agosto pasé una semana en Cuba por primera vez.
Su calor aún me acompaña. Derramé unas cuantas lágrimas en el aeropuerto antes de traspasar la puerta que me separaría del sueño extraño, de aquel arroyo espabilado con el que me encontré. Mentiras, miseria, olvido, risa, hospitalidad, y arroz con camarones.

Eran lágrimas de cansancio, de excitación, de cosas que no tengo el tiempo de explicar. Habíamos exprimido la última noche en el Malecón con mi amiguísima Helena y unos músicos cubanos, ya nuestros amigos, y algunos otros europeos extasiados por La Habana. Recuerdo la última botella de ron, que pagamos más cara, porque compramos a altas horas de la madrugada. "El cubano inventa", me dijo Christian, el primer chico con el que hablé, que vendía wifi en la plaza de alrededor del Estadio Latinoamericano. El cubano inventa, decide precios, y renta sus casas. Igual que tú. El cubano ya no trabaja para el estado. El cubano trabaja para él. Los turistas somos el negocio por excelencia, y no es para menos. Con Helena tuvimos suerte, ya que conocimos la inteligente humildad de unos cuantos buenos cubanos. Nos apartamos de los especuladores, y quisimos mucho. Mucho nos maravillamos.

Asere, qué volá! 

El bochorno de la ciudad en agosto te obliga a pasar dos o tres veces por debajo del chorro de la ducha. Quería ir a la playa. Mi vecino y artesano el señor José Luis (a quien conocí en una tienda del barrio y con el que me fui a su casa a ver las joyas que creaba) me llevó a conocer a más compañeros suyos que venden en el Patio de los artesanos, allí en la calle Obispo, en la Habana vieja. Todos forman parte de la ACAA, la Asociación Cubana de Artesanos Artistas. Cada artesano tiene unos días para exponer. Yo seguía queriendo ir a la playa, así que cuando me enteré que Yixy, hija de Mario, otro artesano, se iba a la playa cuando desmontara la parada aquella tarde, no me lo pensé ni un segundo.

-Cuídamela como si fuera tu hija. Le dijo José Luis a Mario cuando lo llamó para decirle que me iba con Yixy, mi primera súbita amiga cubana.

Así fue como conocí el primer pueblito de playa cubano. Guanabo. La playa no era paradisíaca, pero era playa! Yixy y yo nos fuímos a bañar y vimos como el sol se escondía, junto con otros jóvenes y el primer jinetero que detecté. Hombre joven con señora mayor, extranjera.
La familia de Yixy (su madre Dunia, su padre Mario, su novio y su suegra) me acogieron como a una mas. Rentaban la construcción que había en el patio de una casa. Supongo que antes había sido un garage, ahora era una habitación doble con un baño. Fuera había otra construcción con una cocina. Era un patio agradable. Dormimos cinco en la habitación. Yo y Yixy en unos colchones en el suelo, igual que la suegra, y Dunia y su marido en la cama. Por la mañana volvimos todos a la playa, junto con su perro. Por la tarde regresé a La Habana.

No me preguntes como pero me perdí. Una vez en la Habana vieja, el almendrón (los taxis que te llevan de un lado a otro) que agarré me dejó quien sabe dónde. Me desesperé. Tenía sed. Estaba cansada. Caminé como una loca. No sé porque no se paraba ningún otro almendrón. Me salieron un par de llagas en mis pies ennegrecidos. Gente que me encontraba me decía que estuviera tranquila que esto es Cuba, muchacha.

En las calles no había casi nadie y poca iluminación. No obstante, me sentía segura. Sería el calor.
Un par de señores estaban charlando. Uno detrás del mostrador y el otro delante. El sitio, cerrado, se llamaba Mercomar, le rogué al del mostrador un vaso de agua, que fueron dos, mientras les pedía indicaciones para llegar a casa. Me hicieron un mapa en una de las hojas que llevaba, y el del mostrador, Alberto, me regaló estos versos que empezó a leer de un libro.

No es grande el que se deja arrebatar por la vida sino el que la doma. No el que va palpitante y rugiente por donde sus pasiones o las ajenas, lo empujan, sino el que clava los pies en medio de la vida y enfrenta los demás y sí propio, y ve como por sobre docel sus pasiones domadas! 

                                                          (José Martí, Obras Completas, Tomo 2 pg. 403 Párrafo 5 Línia 4)

No fue el único cubano que me obsequió palabras. En una de las salidas exploratorias por la Habana Vieja, en la calle Muralla, decidí subir unas empinadas y degradadas escaleras de una de las tantas puertas que están abiertas en edificios que un día fueron maravillosos. Llegué a un tejado que daba a diferentes entradas de viviendas destartaladas. Dije hola y la simpatiquísima Niurka me correspondió y me invitó a su hogar. Rápidamente la vecina Zuzel apareció, y también conocí a la hija de Niurka, Oslaidy, y al padre de esta, Rafael. En una cama estaba estirado Enrique. Era un hombre muy muy viejo y flaco, con la piel blanca, seca, áspera. Solo quería sus cigarrillos y no hacía ningún caso a Niurka cuando esta quería lavarlo o cambiarle el pañal. El olor a orín emanaba del barreño del lado de la cama. Era un hombre niño que no hablaba y quería hacerse valer. Me enternecen los niños y me enternecen los viejos, Enrique me robó un pedacito de corazón. Supongo que yo también le caí bien porque me escribió, de su puño y letra, este poema.

Que será cuando te marches de mi lado y en silencio 
que será cuando te marches de mi lado y en silencio me despida de tu boca
que será cuando yo evoque este pasado
y no sienta el frenesí de tu ansia loca
será que aunque te marches no se olvida
o será que te he perdido para siempre

Enrique solo se levantaba de la cama con su pijama de rayas para sentarse en la mesa y comer la sopa que Niurka le preparaba. Enrique solo quería fumar y acabar. 

Una noche cenamos en un bar restaurante llamado El Dandy. El típico local que puedes encontrar en el barrio del Born de mi querida Barcelona. Según nos dijo el chico sentado fuera en un taburete, controlando el tema, el sitio pertenecía a un europeo y a su pareja cubana. Yanny y Viktor. 

Lo del comunismo hace mucho tiempo que se acabó en Cuba, y esto solo ha echo que empezar. 

En el aeropuerto, esperando para volver a Nueva York, conocí la periodista americana Conner Gorry, hace años que vive en Cuba y es la propietaria de la librería café Cuba Libro. (Actualización, también conocí a la hoy gran amiga, periodista cubana Lídia Hernández Tapia, quien volaba por primera vez a Nueva York a empezar su maestría de periodismo. Ninguna de las dos olvidaremos aquel viaje conjunto). 

Tengo ganas de volver a la isla por muchas razones. Quiero más salidas del sol en el Malecón, quiero explorarla por todos lados, disfrutar más playas, sobretodo, volver a sentir el son de sus gentes.

Me gustaría volver a la Cuba que descubrí. Donde desconecté de la locura consumista y unificadora que arrastra el planeta. En Cuba la gente habla sin pantallas, no hay publicidad. Como decía mi amigo Moisés, uno de los músicos, es difícil explicar lo que Fidel Castro significó...

Durante años él fue quien a su forma estableció este sistema. Tuvo cosas malas pero muchas buenas que no se pueden ocultar ni olvidar. Yo nunca hubiera podido tocar la flauta en otro sistema, ni tener las escuelas que tuve. He estudiado en el mejor conservatorio de música de Cuba y gran parte de América y no he pagado ni un centavo

Como siempre el equilibrio es la solución. Y como siempre este es delicado, Cuba, de momento, no tiene ni una cosa ni la otra.

Te deseo prosperidad sin asfixia, Cuba, querida, amante que te abriste sin reservas.

Hasta pronto.